Los ríos paralelos

Porculturaypunto

May 5, 2025

Después del tercer intento fallido de grabar con falsa espontaneidad el videíto, esa demanda de estos tiempos que trata de camuflar infructuosamente su condición pesadillesca detrás del diminutivo, tiro todo por el aire y me voy de caminata. Unas cuadras más allá, cuando ya el ritmo del andar disipa la nebulosa del fastidio, pienso que hubo un tiempo, y lo pienso con ánimo más constatativo que nostálgico, en el que se llegaba directamente a la cosa -digamos el libro, la película, la obra, el curso, lo que sea. Ahora, en cambio, con la intensa circulación en redes de absolutamente todo en la que estamos inmersos, se llega antes -cuando no exclusivamente- a lo que se ha dicho sobre la cosa. Y, créase o no, lo que se ha dicho sobre la cosa en general responde a lo que ha salido de la boca de su autor. ¿No ven, digo yo, que los autores dicen cosas para abroquelarse, no ven que tiran pistas falsas? ¿No ven que en un punto los autores son como como esos niños que, cuando dejan de jugar y son obligados a ordenar todo, es decir a traducir eso que estaban haciendo a la lógica imperante, guardan las cosas donde un poco les parece que van, pero más bien embolados, más bien aturdidos, es decir cualquier cosa menos lúcidos?

No, no ven. O no quieren ver, concluyo llegando a una esquina especialmente ruidosa, con lo cual la pregunta debería ser otra, debería redireccionarse. No ir hacia el estado de las cosas, que van a una velocidad y una potencia en la que no nos preguntan nada, no nos piden demasiado consenso, sino que más bien la pregunta debería ir a pensar qué es lo que hacemos, lo que hacen los autores con ese estado de las cosas, qué hacen con esa demanda de generación constante ya no de un texto literario, digamos entrando en el campo más específico de la literatura, sino con la demanda de todos esos textos alrededor de él, todos esos textos a los que Gérard Genette llamó, si me perdonan el descenso a los dominios de la narratología, paratextos. Hablo de esos otros textos que acompañan, que “están próximos” si nos atenemos a la etimología griega de “para”, al digamos principal, al literario: el prólogo, la contratapa, la solapa, las notas, las codas y epílogos de toda clase pero también esos otros textos que circulan un poco ya más lejos del libro físico o incluso digital, esos textos que se han exponenciado con este estado de las cosas del que vengo hablando, y que son las entrevistas, las reseñas, los comentarios en redes, los hilos e incluso los videítos que hoy me tienen caminando por acá, en esta mañana fresca de otoño. Para diferenciar este segundo tipo de paratextos de los primeros, Genette les da un nombre bien particular, pero yo no pienso revelarlo ni frente al soborno más irresistible, que una cosa es descender a los dominios de la narratología y otra quedar enganchada de sus vericuetos más obsesivos: prefiero llamarlos “los ríos paralelos”.

Y ocurre que muchas veces lo que los autores hacen, hacemos, me recuerda que otra de las acepciones del prefijo “para” es, según el mismo diccionario, “en contra”. En el término “parapsicología”, por ejemplo, se ve clarísimo: se trata de una disciplina que está próxima a la psicología, pero solo para estar en contra, para desbaratar sus principios, para poner en jaque las nociones científicas que la fundan. Entonces resulta que ese prefijo adjuntado al texto puede ser una compañía, algo que se adjunta en el sentido de que suma, expande -la primera acepción de la que hablaba antes- pero también puede ser lo que viene a destruir, a banalizar, a patear en contra: una especie de saboteador adosado, el enemigo en casa, lo próximo vuelto siniestro y, por eso, doblemente peligroso, doblemente aterrador. Esa es la acepción que se aplica, me parece, cuando vemos lo que hacen al día de hoy muchos autores en sus paratextos, cuando vemos cómo navegan sus ríos paralelos. Se patean en contra: quedan atrapados en el rictus de las puras estrategias promocionales o, peor, en las meras ansias de autofiguración aunque no haya ventas de por medio. Otras veces, que son las menos, responden como esos niños sorprendidos en pleno juego de los que hablaba antes y entonces se entregan al puro balbuceo intrascendente.

Y si bien ese tercer caso es el que me resulta más simpático, incluso hasta esa forma de plantarse frente a los ríos paralelos es la que propongo revisar acá. Porque hay algo de lógica del siglo XX en eso de tomar esas instancias paratextuales como algo en lo que no habíamos pensado, algo que está más allá del texto y por ende no nos compete del todo. Soy más bien de la idea de que en este siglo XXI no es buena estrategia pelearse con esas instancias paratextuales que han llegado para quedarse, no es buena idea tirar todo por el aire y ponerse a hacer otra cosa como estoy haciendo yo en este momento. Creo más bien que -exceptuando los videítos, y juro que no lo digo por venganza- son demandas que tendríamos que pensar como instancias de intervención, como accesos a la palabra pública, como situaciones que por cierto suponen hablar de un determinado libro -hablar y venderlo, sí, que para nada estoy planeando acá una cosa aséptica que se desentiende de las condiciones materiales- pero que también posibilitan, por ejemplo, hablar del estado de las cosas en la literatura, interpelar el estado de las cosas en el mundo en el cual esa práctica y ese libro están inmersos, plantear conjeturas que podrán ser retomadas por otros, discutir conceptos, irradiar lecturas, es decir regenerar un discurso crítico que viene un tanto alicaído por un lado y, por el otro, armar redes que se desentiendan del gesto solipsista al que, en sus distintas versiones, quieren confinarnos los poderes, todos los poderes. Porque convengamos que hay algo muy solipsista en la pura estrategia de venta de un producto, en la autofiguración estallada y, sin duda, en el gesto del infante eterno. Desde ya que este gesto que propongo es irrealizable por completo cada vez que un autor abre la boca para hablar de un libro suyo, cosa que muchas veces sucede enmarcada en agendas de festivales o de giras promocionales abarrotadas, no estoy hablando acá de una quijotada ni de una utopía sino de un guiño, de un anhelo, y con que haya un ápice de ese guiño en cada intervención autoral creo que podemos seguir pensando a la literatura, habitándola, como una práctica comunitaria y desestabilizadora, más un murmullo de complicidades que una feria de vanidades.

María Sonia Cristoff

Fuente: Eterna Cadencia

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Somos un grupo de periodistas, artistas, escritores y libreros que creemos que en la cultura yace el verdadero cambio. #lacosaesasi

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