Está mañana en un asalto de ira, me harté de observar a mi sombra.
Es insoportable saber que mas allá de mi cuerpo, ella permanece allí, tan cerca, marcando mis pasos, aferrándome a la tierra con firmeza.
Obligándome a seguir en pie, sin permitirme siquiera volar.
Perdiendo en ese artimaña engañosa, la posibilidad de no sentirme tan humano.
Está mañana en un asalto de lucidez, me harté de observar a mi sombra, llena de remordimientos.
Encarcelado en la desazón, mis pies comenzaron a moverse.
Mis hombros empezaron a parpadear, cómo los ojos de un niño maravillado por la vida.
Mis caderas, atraídas por esas raras cosquillas, decidieron movilizarse de un lado a otro.
Un ritmo de jazz pegadizo, único, me obligó a bailar, no pude negarme.
Haciendo el «ridículo», lleno de desvergüenza, comencé a jugar con mis piernas, con mis manos, aceptando mi finitud, comprendiendo que estaba vivo.
La música seguía sonando en mi mente, no me dejé sublevar por aquellos que me miraban:
«Soy un espíritu libre» me repetía en silencio.
Seguí moviéndome con mayor destreza, no quería detenerme.
Sin que nadie se diera cuenta, expuesto de cuerpo y alma, observé de reojo a mi sombra, ella también se movía.
Estaba bailando, se movía más rápido que yo.
¿Nos habremos desatado?
Me pregunté…
– Tal vez nunca estuvimos atados, simplemente esa sensación era un espejismo generado por la propia rutina.
Admirado, comienzo a jugar con ella.
Me pierdo en mi propia resonancia de sonidos, me olvido del alrededor, tratando de comprender porqué hemos cometido el error de darle tanto merecimiento a la historia humana.
Obstruyendo en esa sensación de seudo prosperidad, al crecimiento de la libertad, del amor, de la contemplación.
Me harte de observar a mi sombra resignada, afligida, triste.
Está mañana en una soledad socializada, mientras bailaba junto a ella, muchos me observaban llenos de ingenuidad, riendo, sin entenderme, sin saber realmente que estaba siendo feliz.
Quizás si se hubieran detenido a mirarme, sólo por un momento, sin tanto sentido común, se hubieran puesto a bailar conmigo.
Por Marcelo Martínez