Fernanda Trías: “Para mí la escritura no es una carrera profesional”

Porculturaypunto

May 6, 2025

Después de ganar el Premio Sor Juana Inés de la Cruz con Mugre rosa, Fernanda Trías regresa a librerías con El monte de las furias (Random), una novela que tiene por personaje principal a una mujer solitaria que vive en la ladera de una montaña, abandonada del mundo, y apenas interactúa con otros seres humanos. Según cuenta en esta entrevista, Trías se propuso establecer un diálogo directo con la montaña: pensarla como a un organismo vivo, con su nacimiento y su muerte, con su temporalidad dislocada con respecto a la humana. 

Nacida en Montevideo en 1976, Trías es escritora, traductora y profesora de creación literaria. Autora además de las novelas Cuaderno para un solo ojoLa azoteaLa ciudad invencible, también escribió el libro de cuentos No soñarás flores. Actualmente vive en Bogotá y visitó Buenos Aires para promocionar su libro. La recibimos en la librería, donde mantuvimos la conversación que sigue. 
  

Has vivido en distintos países, ahora estás radicada en Colombia y desde hace unos cuantos años. ¿Cómo influye tu escritura tu condición de migrante? 

Yo pienso que se mete, siempre se mete. De alguna manera siempre encuentra la manera de colarse en mi escritura. A veces me pregunto, trato de imaginar cómo hubiera sido mi escritura de haberme quedado en Uruguay. Porque claro, La azotea es el último libro que escribí en Uruguay. Después me fui y empecé a vagar y hubo varios años en que, si bien estaba escribiendo, lo que escribía no me terminaba de convencer, eran experimentos pero no cuajaba en algo que valiera la pena publicar. Estuve bastante tiempo sin publicar, muchos años sin publicar. Cuando vuelvo a publicar algo, más o menos en la misma época, son los cuentos de No soñarás flores y La ciudad invencible. Ahí ya se está colando lo que es esa extranjería y ciertas preocupaciones que no existían antes, que nacieron con el hecho de verme afuera, de empezar a pensarme y a pensar mi identidad, quién era yo, qué quedaba de mí transportada a esas otras culturas, incluso otras lenguas. Fue darme cuenta de que no existía una sola identidad, porque mi identidad era mutante según donde estaba.En Francia el mundo me devolvía una mirada muy distinta a la de acá en Argentina, en Buenos Aires. Creo que se fueron colando esos temas sobre la extranjería, la identidad y también la soledad de la persona que elige estar vagando. Creo que en esta novela, El monte de las furias, se nota mucho la influencia de los diez años que llevo en Colombia, aunque la empecé a escribir en 2020, o sea que llevaba ya cinco años en Colombia. Ya hay un montón de intereses que para mí son de la experiencia colombiana. Uno importante es el tema de la violencia, que siempre me interesó, pero eran otros tipos de violencia; esa violencia realmente cruda, brutal, que parece estar relacionada con unas fuerzas que no se sabe bien si son estatales, paraestatales o qué. Eso evidentemente tiene que ver con todos los años de vivir ahí y de estar empapada de todo eso. Y luego también, sin duda, el paisaje, porque el paisaje de esta novela es muy colombiano, de esa zona de Bogotá de montañas, cordilleras andinas, pero no áridas como puede ser por ejemplo en Ecuador o en Chile, sino que son montañas verdes, llenas de una vegetación exuberante, prácticamente impenetrable. Bosque de niebla, un ecosistema muy específico que tiene algunas cosas maravillosas y poéticas. Es uno de los ecosistemas más ricos del mundo, pero al mismo tiempo es un entorno natural muy hostil, muy duro para el cuerpo. Solo el simple hecho de la altura, son 2600 metros de altura, hace que te falta el aire, te cueste respirar, y está esta humedad constante… Para mí tiene algo gótico estar allá arriba, encaramado en lo alto, en una montaña con estas especies de jirones de niebla. 

El personaje de El monte de las furias es una mujer a la que transportan de un lugar al otro y queda sola en el pico de una montaña; es un libro sobre la soledad, también. 

Creo que todas mis mujeres, mis protagonistas de novelas e incluso también de cuentos, son mujeres solas. Aunque estén acompañadas. Lo que pasa que ésta es la más radical, porque acá hay una soledad en la que pueden pasar semanas sin cruzarse con otro ser humano. Y es ese aislamiento, ya aislamiento rural, en lo alto de una montaña. Está ella con sus cuadernos, o ella con la montaña. Ella se siente muy acompañada por la montaña. Una de las primeras frases desde donde empiezo a trabajar es cuando ella dice “yo no vivo en la montaña, sino con ella”. Vivir con la naturaleza, con, en este caso, la montaña o su entorno. Esa pequeña preposición cambia todo el relacionamiento con la naturaleza. Ojalá todos pensáramos todo el tiempo yo vivo con este árbol. 

De hecho, la montaña es un personaje más. 

A su manera es el otro personaje, sí.

Todas las secuencias de la montaña tienen una profundidad espiritual, no es solo un abordaje topográfico. ¿Cómo lo trabajaste? 

Lo intenté abordar por distintos ángulos. Lo que tenía que ver con el tiempo geológico me parecía muy interesante, pero también quería abordar una cosmogonía, un mito de origen. Pensar la experiencia montaña, el ser montaña. Así como nosotros no tenemos recuerdos del nacimiento, yo quería que ella tuviera unos vagos recuerdos nebulosos de su propio nacimiento, y que tuviera algunas imágenes de antes de nacer incluso. Me parece fascinante que la montaña también haya nacido, aunque para nosotros en el tiempo humano el tiempo geológico se sienta como una eternidad. Igual va a haber una muerte, va a haber un fin para la montaña misma. Esa fue la primera imagen que tuve cuando empiezo con la voz de la montaña, esto de que el primer recuerdo es negro. 

¿Cómo te propusiste trabajar en el lenguaje? Si bien es un libro en el que hay apariciones de cuerpos, está toda esta dimensión más bien sórdida que vos estabas vinculando con la coyuntura colombiana paraestatal, tiene el aspecto de que ella está sola y hay secuencias con la madre muy terribles, pero no es una novela triste. Creo que tiene que ver con la escritura. Es hasta casi alegre. 

El personaje sufre, pero también ama mucho. Hay pequeñas cosas que le generan una alegría enorme. Tal vez yo ahí veo un cambio en mi escritura, porque siento que todas mis mujeres, las mujeres solas de mis otras novelas y de los cuentos también, cargaban una fuerte pulsión de muerte, en el sentido de que había un gran coqueteo con la idea del fracaso, con una especie de derrumbe. Y esta, siendo que de todas es la que tuvo el pasado más duro y más doloroso en cuanto a la precariedad de la que viene, es la que más está conectada con el deseo. Ese deseo la lleva a tener esa pulsión de vida que creo que es lo que hace que sea luminosa. Hay cosas que le generan una gran alegría o tal vez pasión: poder armar un huerto, ordenar la casa. Por varios motivos me parecía importante que ella narrara en primera persona. Para empezar, porque me parece fundamental ese tomar la palabra y ese decir «yo no sé, yo no tuve educación, yo no soy culta, pero voy a contar mi propia historia, me voy a narrar a mí misma”. Pero además también porque desde esa primera persona yo iba a dejar ahí para que el lector decidiera si es tonta, es cándida, es inocente, o en realidad es más inteligente que todos nosotros juntos.  Al ella narrar en primera persona, nada de eso se puede dilucidar simplemente. A mí me encanta ese tipo de personaje que se te va revelando, del empezás estableciendo una opinión y luego no es tan simple encasillarla de esta manera. 

Este libro viene después de una novela que ganó el premio Sor Juana, como es Mugre rosa, que fue una novela premonitoria, en la que viste un montón de cosas que después pasaron en pandemia. ¿Cómo fue? 

Ese premio fue una sorpresa brutal y fue un momento de gran alegría, la verdad. Ahí había escritoras que habían ganado, que a mí me encantan y que admiro. Poder sentirme dentro de ese linaje, compartir eso con ellas, me hizo muy feliz. Me sorprendió que pudiera ganar una novela como Mugre rosa, porque venimos de esta conversación sobre si los géneros, lo distópico, ciencia ficción, el no realismo, anteriormente no estaba considerado literatura seria, era el lado B. Cuando el Sor Juana premia Mugre rosa, legitima de algún modo, dice: esto también es literatura. No sé si hace 10, 15 años, 20 años, se hubiera premiado una novela distópica, porque nosotros no tenemos esa tradición como puede tener el mundo anglosajón. 

¿Cómo fue escribir después de ganarlo? 

Creo que todas las que ganamos el Sor Juana, Gabriela Cabezón Cámara lo ganó también con Las niñas del naranjel, te pueden decir que te abre a muchísimos lectores que no eran tu circuito, que no era tu circuito más estrictamente literario. Y te abre a muchísimos lectores de otros países, una variedad mucho mayor. Hizo que Mugre Rosa se leyera muchísimo. 

¿Cuando saliste de Uruguay, pensabas en esto? Que viajar y escribir te iban a abrir estas posibilidades. 

No, no me imaginaba. Además yo me fui de Uruguay, estuve viviendo cinco años en Francia y después desaparecí del mapa de los escritores. En Francia no existía. Y al irme de Uruguay, dejé de existir en Uruguay. Entonces, al contrario, lo que hizo fue meterme en mayor silencio. El circuito además en Uruguay es muy chico, te exige mucho que estés ahí, y si vos no estás, de alguna manera te fuiste, desapareciste. Lo que hizo fue hacerme desaparecer por un tiempo largo. Pero a mí lo que siempre me ha gustado de moverme es que yo siento que me alimenta mucho. Me gusta exponerme a ciertas incomodidades que sé van a repercutir en lo que escribo. Lo que no sé es cómo van a repercutir, ni cuándo. Pueden pasar cinco años, diez, pero algún día van a repercutir.  Y en ese exponerme a los cruces, a mí me parece que ahí sale algo interesante. 

También hablaste en alguna otra entrevista de la importancia de ese tiempo silencioso en el que quizás no publicabas y de lo poco que te importa la urgencia de publicar. 

En ese sentido soy muy levreriana. Me marcó mucho conocer a Levrero, ir a sus talleres, después ser amiga. Había algo de su manera de entender la escritura que tenía que ver con esto, con tratar de mantenerte protegida de ese afuera que te exige una cantidad de cosas que te pueden de alguna manera hacer ruido en la cabeza y tal vez confundirte. No dejar que otras presiones externas te hagan escribir o publicar cosas que ni necesitabas o que tal vez no están buenas. Por ejemplo, yo nunca he firmado un contrato antes de tener terminado el libro, aunque se me ha pedido. Otra cosa que no hago, que jamás he hecho, es que no permito que el editor entre a mi mundo creativo, ni mucho menos opine, pero ni siquiera lea, en mi caso, hasta que ya no está terminado el primer borrador entero. Porque una lectura, un comentario, me podría llevar de pronto para que la novela se vaya para otro lado. Siempre fui así. Entonces tampoco tengo como un apuro de estar publicando a cada rato. Bueno, esta novela sale cinco años después de Mugre rosa. Y yo sí veo los peligros de dejarse envolver por estos cantos de las sirenas que te hacen sentir que existe la carrera, que para mí no existe. Defiendo mi libertad. Para mí la escritura no es una carrera profesional, sino que es un proceso. Un proceso creativo que puede mutar no sé para dónde, que puede tardar mucho, que puede haber momentos en que escribo mucho y otros momentos en que no escribo.

Fernanda Trías

Por Valeria Tentoni. Foto de Valeria Mussio

Fuente: Eterna Cadencia

Por culturaypunto

Somos un grupo de periodistas, artistas, escritores y libreros que creemos que en la cultura yace el verdadero cambio. #lacosaesasi

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Cultura y punto
Resumen de privacidad

Esta web utiliza cookies para que podamos ofrecerte la mejor experiencia de usuario posible. La información de las cookies se almacena en tu navegador y realiza funciones tales como reconocerte cuando vuelves a nuestra web o ayudar a nuestro equipo a comprender qué secciones de la web encuentras más interesantes y útiles.