María Luque: “Cuando el lenguaje se afianza, extraño el vértigo”

Porculturaypunto

Abr 25, 2025

Nacida en Rosario, Argentina, María Luque es una dibujante de estilo inconfundible, ilustradora editorial y, además, escritora. Editorial Sigilo acaba de publicar su segunda novela, Budín del cielo, después de Corazón geométrico. El resto de su obra se compone de La mano del pintorCasa transparente (ganadora del primer premio de novela gráfica Ciudades Iberoamericanas), Espuma Noticias de pintores, una peculiar historia del arte contada a través de datos y anécdotas de noventa y cinco artistas. 

Conversaciones con pájaros, contemplaciones domésticas, paseos y jardinería, la vida de una anciana transcurre en estas páginas con total serenidad y en primera persona. Regada de ilustraciones a una tinta, Budín del cielo “propone algo totalmente original: una novela sin grandes conflictos ni sobresaltos”. Luque parece responder, con ella, lo que se preguntaba Georges Perec: “Lo que realmente ocurre, lo que vivimos, lo demás, todo lo demás, ¿dónde está? Lo que ocurre cada día y vuelve cada día, lo trivial, lo cotidiano, lo evidente, lo común, lo ordinario, lo infraordinario, el ruido de fondo, lo habitual, ¿cómo dar cuenta de ello, cómo interrogarlo, cómo describirlo?” 
  

¿Cómo surgió la idea de Budín del cielo, a partir de qué elementos? ¿Y cómo fue su escritura?  

Budín del cielo surgió a partir del personaje de Rosa. Desde hacía unos años tenía ganas de pensar una historia que tuviera como protagonista a una maestra jubilada. Está un poco inspirada en mi tía abuela Roma, que me contó una y otra vez los recuerdos de las clases y sus alumnos, pero en realidad creo que Rosa es la señora que me gustaría ser en el futuro. Empecé a escribir cuando la pandemia estaba terminando. Fue ese momento en el que ir al parque era una salvación: escuchar pájaros y mirar flores era mi actividad favorita. Empecé observando a las cotorras y las palomas, anotaba lo que imaginaba que conversaban entre ellas. Un día fui a almorzar con mis papás y me mostraron un viejo cuaderno de recetas de mi abuela. Cuando leí la receta del budín del cielo, cuando escuché ese nombre, algo se acomodó. Condensaba todo lo que la historia, todavía sin forma, necesitaba en mi imaginación: un montón de ingredientes que por separado no significan mucho, pero que juntos se pueden convertir en algo delicioso.    

Es tu segunda novela después de Corazón geométrico, ¿qué podés contarnos de tu deseo de escribir narrativa en paralelo a tus ilustraciones y novelas gráficas?  

Me gusta cada cierto tiempo probar lenguajes nuevos. No es porque ya no me divierta dibujando, pero cuando el lenguaje se afianza extraño el vértigo. La ilustración se convirtió en mi trabajo, es lo que hago casi todos los días, con las imágenes me siento segura. Escribir me obliga a pensar con otras partes del cuerpo, me sacude. Pienso que lo que más me interesa son las historias, ya sea para dibujarlas o escribirlas. 

Budín del cielo comparte una búsqueda estética con tus ilustraciones, y muchas de las escenas de Rosa, su protagonista, podrían tranquilamente traducirse en dibujos tuyos. ¿Qué podés contarnos de esa ramificación?  

Imagino que es inevitable que estén conectados, son los intereses que se repiten y van apareciendo una y otra vez en mi trabajo: las escenas domésticas, las amigas, los animales, las flores y la comida. Sin embargo, fue muy difícil dibujar la portada, me costó que la imagen apareciera. Los dibujos que acompañan el texto en el interior son muy diferentes a los que suelo hacer. Algunos dibujos, como el de los triángulos para borrar la joroba, surgieron antes de empezar a escribir. También me pasó de estar atascada en la historia y pensar en un dibujo que pudiera sacarme de ahí. Entonces hacía el dibujo y después pensaba qué podía contar a partir de esa imagen. Fue un experimento, un intento por juntar los mundos donde me gusta moverme.  

Es imposible no recordar «Guiando la hiedra» de Hebe Uhart al leer la novela, me pregunto si ella representa una influencia consciente para vos y qué otras autoras o autores de literatura te han interesado al punto de provocar tu escritura.   

Claro, me encanta el trabajo de Hebe. Por fortuna todavía tengo muchos libros pendientes, Guiando la hiedra es uno. Cuando me mudé a Buenos Aires vivía bastante cerca de la casa de Hebe, a veces la veía pasar. Un día hubo un robo, una moto se subió a la vereda para sacarle el celular a una chica. Justo en la esquina, en una parrillita, Hebe estaba comprando algo para almorzar. El episodio generó un escándalo, los mozos salieron corriendo, la gente que pasaba por la calle también, el parrillero, todos se movían. Hebe se quedó quieta en el lugar, mirando. Había algo en su manera de estar tan tranquila, solo observando, que me estremeció. En el momento recuerdo que no entendí por qué me conmovía tanto la escena, pero intuía que Hebe debía estar trabajando, que su trabajo era mirar.   

La primera vez que tuve ganas de escribir sin dibujos, solo con palabras, fue después de un invierno en el que leí a Hebe y a Natalia Ginzburg, las dos al mismo tiempo. Ellas logran que todo parezca tan sencillo, como si no hiciera falta usar ningún músculo para escribir.  

«Una novela sin grandes conflictos ni sobresaltos», dice la contratapa, y también han descripto tu libro como una narrativa de la levedad. Al igual que en tus ilustraciones, se despliega un universo naif. ¿Por qué te interesa trabajar en esta tradición?  

Cuando era chica me fascinaban las conversaciones de los adultos que se quedaban horas contando detalles de algo que habían escuchado, podía ser un romance o una noticia de la televisión. Yo pensaba: qué maravilla, solo hace falta otra persona y una silla para charlar. Imagino que lo que disfruto contar ahora es eso mismo que me divertía escuchar de chica: historias que pueden parecer ínfimas, lo que pasa cerca. Creo que no hacen falta conflictos para que una historia sea atractiva. Me gusta la claridad con que lo explica Lucrecia Martel, cuando dice que el modelo narrativo bélico, donde todo se piensa en términos de enfrentamiento y conflicto, termina encorsetando la manera en que se cuentan las historias. A mí tampoco me interesa pensar las historias como enfrentamientos. Prefiero contar historias que puedan parecer simples, o sin sobresaltos, que se muevan desde la curiosidad, la observación y la ternura.     

También se puede pensar en Georges Perec y lo infraordinario, en la atención a los mundos pequeños. ¿Cómo describirías tu trabajo con lo mínimo, con lo en apariencia intrascendente? 

Supongo que terminamos creyendo que las cosas pequeñas son intrascendentes porque la narrativa que domina este mundo es el consumo, de cosas cada vez más grandes y más costosas. Pero al final del día, cuando alguien te pregunta cómo te fue, lo que contamos es lo chiquito. Si comiste algo rico, si viste a alguien que querés, si te sonrió un perrito en la plaza, si tenés la fortuna de tener un trabajo que te guste. Poder detenerse a disfrutar de esos mundos pequeños es un privilegio. Pienso en Rosa, por ejemplo, ojalá todas las maestras jubiladas pudieran pasarse la tarde cocinando budines para convidar a las palomas. Ojalá pudieran vivir sin preocuparse por que les alcance la jubilación, o por ir a una marcha y volver sanas a sus casas.

María Luque

Por Valeria Tentoni

Fuente: Eterna Cadencia

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Somos un grupo de periodistas, artistas, escritores y libreros que creemos que en la cultura yace el verdadero cambio. #lacosaesasi

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